2013

Desde que pisó por primera vez los glaciares supo que esos maravillosos bloques de hielo serían una fuente inagotable de inspiración para su trabajo como artista visual. En seguida presentó un proyecto en la Dirección Nacional del Antártico y, gracias a su apoyo, hace ocho años que viaja al continente blanco en busca de imágenes únicas.





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esde hace ocho años, la artista Andrea Juan (49) viaja al continente antártico. Lo suyo fue amor a primera vista y de una fidelidad absoluta. Cada enero arma su bolso y parte rumbo a la Antártida, donde durante un mes y medio busca imágenes para sus proyectos fotográficos que se generan desde la Dirección Nacional del Antártico; buscan, mediante su obra, difundir la relevancia del continente blanco y las investigaciones científicas que allí se realizan. “Es un lugar maravilloso para trabajar, no existen el ruido ni los horarios. En el exterior hay silencio, pero en el interior hay mucho barullo y gente. La solidaridad es fundamental: en Antártida no hay dinero, la comida es la misma para todos y el agua se hace en el lugar, porque no hay agua corriente”, revela, fascinada, y a continuación relata los pormenores del viaje para llegar al continente blanco. Toda una odisea: vuela en un Hércules hasta Río Gallegos, donde pasa la noche. Desde ahí toma otro avión que la lleva primero a la Base Marambio y luego a un buque, helicóptero o avión bimotor que la traslada hasta otra que está más al norte, llamada Esperanza. Ese mismo sentimiento es el que despiertan las obras de Andrea: esperanza de cambio, cambio que un día la hizo despertar. “En mi adolescencia fumaba y trabajaba con ácido nítrico para hacer grabados. Pero un buen día dije ‘basta’. Empecé a utilizar materiales no convencionales y comencé a investigar sobre todo lo que podía modificar en mi vida cotidiana para vivir mejor. Cambié mi alimentación, incorporé verduras que no conocía, empecé a hacer más actividad física y a pasar más tiempo al aire libre”, cuenta. Esta transformación en su filosofía de vida la inspiró para hacer un viaje a los glaciares de la Patagonia. Quedó tan enamorada del lugar que en 2001 se puso a trabajar artísticamente para alertar sobre su destrucción. Al poco tiempo, realizó la primera campaña para producir arte en Antártida y la Dirección Nacional del Antártico la invitó a generar un programa de arte para todos los artistas interesados en el continente blanco. Fue así que en 2005 hizo su primer viaje y su primera obra: una proyección de video sobre la ladera del glaciar con imágenes de girasoles. “Elegí la Antártida por los glaciares, pero nunca pensé que me iba a fascinar tanto. Todos estos años pasé por los mismos lugares y las fotos que saco son siempre diferentes. Además, Esperanza es la única base que tiene familias y chicos, y es un lugar muy ameno para trabajar. La Antártida me aporta mucha paz y ahora tengo más respeto por el medio ambiente”, y agrega: “Con mi obra trato de contar de forma poética los procesos científicos o investigaciones que se realizan en el continente blanco y cómo el cambio climático lo modifica”.


ARTISTA POR ELECCION. Hija de padres médicos y la mayor de cinco hermanos, Andrea está en pareja y después de pensarlo mucho decidió que no quiere tener hijos. Adora a sus sobrinos y asegura que por estos días tiene ganas de abandonar su departamento para mudarse a una casa con jardín. Desde muy chica se inclinó por las artes, de hecho realizó infinidad de talle-res de pintura y cerámica. Parecía lógico que al terminar la secundaria eligiera una carrera relacionada con lo artístico, pero no fue así. “Nunca se me ocurrió que eso pudiera ser una profesión, porque para mí era un espacio de juego y de placer. Así que ingresé a la facultad de arquitectura, porque me parecía una carrera seria”, dice. No obstante, nunca dejó de perfeccionarse en las artes y fue una profesora la que la ayudó a darse cuenta de que podía ser artista. Entonces abandonó la arquitectura e ingresó a la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón. Andrea trabaja en su departamento y en su estudio en San Telmo, pero no tiene un día igual a otro. Además de sus proyectos en el continente antártico, es docente desde hace trece años en la Universidad Nacional de Tres de Febrero. “Trato de transmitirles a mis alumnos todo el amor que siento por el arte y por la naturaleza. Dar clases me gusta porque me enriquece un montón”. También viaja bastante al exterior, donde su obra sobre la Antártida ya ha sido premiada. “Cuando se hizo la Bienal de Beijing en el 2010, aunque era una bienal dedicada a la pintura (y el jurado me anticipó que iba a tener mayor predilección por ella), yo presenté igual mis fotos. ¡A los pocos días me llamaron para decirme que había ganado!”, expresa ella, que también obtuvo el Premio Amazonas en el Festival de Fotografía de Benín, en 2011 y el Premio Konex en 2002 y 2012. Además, en 2010 consiguió una beca del gobierno de Canadá y en 2006, 2007 y 2010 la Beca Guggenheim. “En el exterior hay más subsidios para las artes, pero las estructuras son más rígidas y no permiten generar nuevas posibilidades. En cambio, en nuestro país hay mayor libertad para desarrollar otras ventajas creativamente”, afirma. En el proyecto que llevó a cabo este enero, Organic, trabajó con las nuevas especies microscópicas que se encontraron cuando las barreras de hielo desaparecieron. En él participaron el músico Nicolás Sorín, que compuso la Sinfonía Antártica, y la directora de la marca de indumentaria Varanasi, que proporcionó materiales y telas para la obra. A diferencia de lo que podemos imaginar, la Antártida es mucho más que hielo y Andrea asegura que su paisaje está en constante movimiento. “El clima puede cambiar en el mismo día, la luz es muy fuerte y modifica los colores de todo el paisaje, el sol rebota en la línea del horizonte y sigue su curso; durante el anochecer el cielo se tiñe por completo de naranja, los pingüinos nadan al lado de nuestros botes y un día vi el sol y la luna juntos por primera vez, ¡uno al lado del otro!”, cuenta y agrega que para captar cada uno de esos momentos la artista debe trabajar en situaciones extremas de temperatura o en medio de tormentas. La Antártida es un espacio donde hay mucha incertidumbre, nunca se sabe cuándo es el regreso y no se puede partir cuando uno quiere. Sin embargo, ella asegura que mientras trabaja se olvida de todo y se define como una mujer que no tiene miedo y que no mide los riesgos. Ahora, Andrea trabaja con el material tomado en la Antártida para realizar videoinstalaciones. Ella asegura que su intención no es concientizar, pero sí busca que el espectador –al transitar y recorrer toda su obra – pierda la noción del tiempo y cambie su mirada sobre las cosas. “Ojalá mis fotos provoquen en las personas un cambio positivo”

 



Fotos: Claudia Martinez / Gentileza Andrea Juan
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