2013

Hace ya seis años que cambió radicalmente su vida. Se instaló en una casa ecológica que él mismo construyó en la ribera de Quilmes y pasó de ser uno de los chefs más famosos de la televisión argentina a promocionar la cocina consciente, los proyectos solidarios y la educación Waldorf. En esta nota nos cuenta cómo y por qué se produjo semejante cambio y, fiel a su costumbre, nos revela dos de sus recetas favoritas: pollo de campo con rösti de mijo y yogur casero con granola.



¿S
e puede dejar de ser famoso y renunciar a contratos millonarios? Martiniano Molina pudo y quiso hacerlo. Se alejó de la televisión y se conectó con proyectos solidarios. Construyó su propia casa en la ribera de Quilmes, usando materiales reciclados y de descarte. Allí recibe a la revista Para Ti, dispuesto a conversar sobre cómo fue este gran cambio en su vida.
Afuera el viento sopla como en una mañana de playa. La hamaca paraguaya de la entrada se mece y los perros comen restos de comida. Adentro, su casa parece un cálido búnker patagónico de madera. El techo es de cañas que iban a ser quemadas para plantar soja; las bases, las vigas y las columnas de la casa son pedazos de postes de luz viejos; las aberturas (puertas y ventanas) son regalos de amigos y su escritorio es un tronco de árbol trabajado. Al lado de la casa principal hay otra más pequeña, llena de colores y a la que se llega a través de un puente de madera colgante. Es la casa en el árbol que le pidió su hija, Violeta. Desde ahí, una tirolesa atraviesa la pileta que hace poco terminó de construir y llega hasta el parque. A un costado, su huerta ofrece vegetales de estación: hinojo, coliflor, brócoli, acelga, rúcula, zanahoria, le-chuga, remolacha. El mes que viene instalará un termo solar que sirve para calentar el agua y paneles fotovoltáicos que convierten la luz solar en electricidad. Ofrece yogur casero, cocina un pollo de campo y charla relajado, desenvuelto y con carisma, como lo hacía en la tele.

¿De quién heredaste tus dotes de constructor? 
Mis viejos nos enseñaron a hacer de todo en la casa, en especial a los hombres. Hacíamos nuestros muebles, arreglábamos nuestras bicis. Mi papá –que era bioquímico, pero que siempre trabajó en política, la política de antes, esa en la que estabas muy cerca de la gente– hizo la primera cabaña con diseño a pocos metros de acá hace veinte años. Se puede construir lindo y hacerlo uno mismo. Esta construcción es muy simple, te tiro dos o tres datos y podés hacerla porque no hay hormigón, no hay que usar pala ni cemento. La construí en cinco meses con la ayuda de dos personas del barrio y en 2007 me mudé definitivamente.

¿Todo este cambio en tu vida vino a raíz de la mudanza? 
En realidad llegó de la mano de una búsqueda personal de algo más genuino y comprometido. Tenía 30 años, estaba casado, había nacido mi hija. Daba clases y hacía programas en vivo con una gran adrenalina. Sin embargo, no entendía bien dónde estaba parado ni qué había pasado con mi vida. Quería que mi trabajo sirviera más allá de un sustento económico. El gran desafío fue soltar lo que sabemos que ya no nos hace bien para iniciar algo que realmente pueda llegar a trascender y ayudar.

¿La televisión ya no te hacía bien? 
En los medios la exposición era muy dañina y me sentía extraño. Empecé a preguntarme por qué me pagaban tanto dinero por un contrato comercial a mí solo. Los famosos son los que más tienen y menos necesitan, no sólo porque te pagan muy bien sino porque te dan de todo: ropa, autos, entradas a recitales. Me di cuenta de que mi imagen vendía mucho, por lo tanto tenía más responsabilidad y tenía que bajar otra línea. Cuando falta conciencia estás vendiendo cualquier cosa. Por eso ves gente que dice ser y vivir de una manera, y vende algo completamente distinto. Yo no quería hacerlo más, ya no quería promover a la gente a consumir una u otra cosa.

¿Ninguna de las marcas o programas en los que trabajabas te siguieron en tu cruzada? 
No. Me acuerdo que me fui de un programa cuando llegó una gran empresa de gaseosas a poner plata. Les dije que mi condición para aceptar ese sponsor era explicar que un niño debe tomar apenas medio vaso de gaseosa por día y no quisieron. Esto no quiere decir que yo no consuma a veces un vaso de gaseosa, pero es distinto cuando le hablás a cámara y a un millón de personas. Te toman como ejemplo.



SE HACE CAMINO AL ANDAR. A los 41 años, Martiniano ya fue varios hombres en uno y todo lo que se propuso lo consiguió. Cuando terminó el colegio secundario quiso jugar en la selección de handball. Después de asistir a los entrenamientos, levantar pelotas e insistirle al técnico del equipo, tuvo su oportunidad como suplente en un partido. Fue el primer jugador argentino en formar parte de clubes extranjeros, pero su amor por el deporte profesional terminó cuando se lesionó el hombro y tuvieron que infiltrarlo. “Me pagaban mucho dinero, pero era anti salud. Lo roto no lo arreglaban, lo tapaban, como en la sociedad de hoy”, afirma. Aunque nunca estudió cocina formalmente, en el ‘94 empezó a trabajar con el Gato Dumas mientras continuaba jugando al handball. Así, llegó a la tele. “En mi familia todos cocinan, yo soy el peor cocinero de mi casa, pero tengo labia, soy muy histriónico, caradura y un personaje, por eso me dediqué a cocinar frente a cámara”, admite. Pero un día dijo basta, vendió sus dos autos, se compró una camioneta antigua, se empezó a vestir con ropa hippie y a hablar de ecología. “Me había ido de mambo y estaba llegando a un lugar casi talibán. Después me di cuenta de que los medios pueden ser utilizados para difundir cosas buenas que están sucediendo, para vender algo distinto. El dinero no es malo, depende para qué lo utilices”, dice. Su esposa no lo acompañó en ese cambio y en el 2007 se separaron. “No podés obligar a nadie a que siga tu camino. Fue muy doloroso, porque no pude compartirlo con una persona a la que quería mucho”, cuenta. Pero el amor lo sorprendió de nuevo y hace un año y medio vive con su novia Ileana Luetic, una periodista rosarina a la que conoció en una entrevista y que decidió dejar su provincia para mudarse con él. Hoy Martiniano reparte los días entre sus tantos trabajos, su labor solidaria y las notas que brinda. Dejó de ser la cara de reconocidas marcas comerciales para serlo de etiquetas orgánicas y ecológicas. Se acercó a la antroposofía, una corriente de pensamiento filosófico que postula una vida en armonía con la naturaleza. De ella deriva la corriente pedagógica Waldorf, que mediante actividades artísticas busca fomentar la imaginación en los chicos. Junto con otros padres, Martiniano creó en su barrio un jardín de infantes Waldorf que pronto será primaria también. Hace dos meses, inició la primera Escuela de Cocina Consciente en el restaurante Los Girasoles. Allí da clases para gente de bajos recursos y para cocineros que entiendan la alimentación y su relación con la salud. Como si fuera poco, Martiniano lleva adelante un gran proyecto que dice ser lo que siempre soñó: una ecoaldea donde se viva de una manera más saludable, cuidando el agua, cultivando la tierra y siendo responsables con la basura. Es un desarrollo urbano sustentable en el cual muchos organismos ya están interesados.

Ahora promovés la cocina consciente, ¿cómo la definís?
Más que la alimentación vegetariana, ésta es una alimentación saludable. Esto quiere decir consumir vegetales y frutas de estación, alimentos orgánicos que no contienen agrotóxicos, químicos ni conservantes. Se puede comer conscientemente sin dejar de consumir lo que estamos acostumbrados. La diferencia es que estos productos están hechos con mayor responsabilidad. Si trabajé quince años como chef y no entendí que tengo que darle bola a la naturaleza, entonces estoy haciendo algo mal.

Hay dos mitos que giran alrededor de la comida orgánica: es más cara y no se consigue con facilidad. ¿Es cierto? 
Es más cara porque no está subsidiada por el Estado. No obstante, los productos que habitualmente consumimos son baratos, pero en realidad nos están enfermando. ¿Cuánto vale tu salud? Hay que cambiar muchas cosas que hacemos sin pensar porque las tenemos internalizadas. Por ejemplo, podemos exigir que los supermercados empiecen a tener alimentos más saludables. En otros países ya hay mercados completamente orgánicos porque la gente los reclama. O podés crear tu propia huerta en el jardín o en el balcón, en vez de mirar tanta televisión. Nosotros somos los que decidimos qué hacer por nuestra propia salud.

¿Cómo le transmitís todo esto a tu hija? 
Lo que trato de hacer es no mentirle, a los chicos no los podés engañar. Tampoco soy fanático. Si me pide comer una hamburguesa, la llevo, pero es raro que lo haga y prefiere cocinar en casa. Viole es muy despierta, en la escuela es de esas chicas que aportan algo distinto desde otra mirada, aunque no va a una escuela Waldorf porque su mamá no está de acuerdo.



¿No hay tanta difusión acerca de este tipo de alimentación en la televisión porque a las grandes marcas no les conviene? 
Todavía no, pero ya va a llegar. Como va a llegar la nueva política y la nueva educación que haga hincapié en otros valores y cualidades de los niños y no sólo en obtener buenas notas. Hay que ser paciente, no tener prejuicios y participar. Estamos acostumbrados a que la solución venga de arriba, pero nosotros somos nuestro propio gobierno. Por eso ahora en vez de hablar de mi plato, hablo de todo esto.

¿Extrañás algo de tu vieja vida? 
Soltar algo que había sido parte de mí fue doloroso. Pero ¿qué necesidad tenía de estar en ese lugar y no poder detenerme un minuto para profundizar en otras cosas? No tuve miedo de cambiar la forma en la que venía trabajando, me parece que es la única forma de crecer. No me arrepiento de lo que perdí porque antes no tenía tiempo para regar una planta ni para jugar con mi hija. Además, me di cuenta de que no estoy solo, éste es un trabajo colectivo.

¿No sos demasiado optimista? 
Lo malo se ve todos los días: necesidad, pobreza, corrupción, indignidad. Si no tenés un optimismo fundamentado te morís, te alejás o te vas. Yo trato de transformar.